Ciudad de México. El apellido lo toma de un español que era dueño del terreno. El adjetivo se lo ganó a fuerza de atrocidades y por un color negruzco que tornó negra la fachada al estar expuesta a un canal de desagües. La cárcel, que debía albergar unos 900 prisioneros, sobrepasó los 7.000. Algunas celdas, de dos por tres metros, llegaban a tener treinta reclusos, ahí nacieron los “vampiros”: presos que tenían que dormir de pie por falta de espacio y se ataban con sus ropas o con sábanas a los barrotes para no caerse durante el sueño, solo el más fuerte de cada celda disfrutaba del camastro. La cárcel se construyó siguiendo el método panóptico. En su libro Vigilar y Castigar, Michel Foucault dice que “el panóptico es una máquina que disocia la pareja ver-ser visto”. Una torre circular en el medio de la prisión, sin ángulos muertos, produce a los presos un estado permanente de visibilidad. En el centro de la cárcel de Lecumberri...