En 1976, el nadador olímpico armenio Shavarsh Karapetyan acababa de terminar una extenuante carrera de 20 kilómetros con su hermano, cuando presenció una escena impactante: un autobús lleno de pasajeros perdió el control y se hundió en un embalse (una especie de lago artificial), cerca de la ciudad de Ereván.
Sin pensarlo dos veces, se lanzó al agua helada, buceó casi 10 metros de profundidad con visibilidad casi nula, y rompió a patadas la ventana trasera del autobús, lesionándose en el proceso. Luego, comenzó a rescatar a las personas una por una, sacándolas hacia la superficie. Salvó a 20 vidas ese día.
Pero el precio fue altísimo: el agua contaminada, el esfuerzo extremo y la falta de oxígeno le provocaron neumonía severa, sepsis y daño pulmonar, por lo que pasó 45 días hospitalizado. Nunca volvió a competir. Su carrera deportiva terminó ahí… pero su leyenda apenas comenzaba.
Años después, en 1985, vio un edificio en llamas mientras caminaba por la ciudad. Otra vez, sin pensarlo, entró varias veces para sacar a las personas atrapadas, hasta que el edificio colapsó sobre él. Fue hospitalizado de nuevo, esta vez con quemaduras graves y daño en los pulmones.
Hoy, a sus 66 años, sigue vivo. Y aunque su historia es poco conocida, representa el verdadero significado del heroísmo: sacrificarse por otros, aún sin fama, sin cámaras, sin esperar nada a cambio.
No todos los héroes usan capa… algunos nadan hacia el peligro con el corazón por delante.
«fuente: Bizzarro»
Comentarios
Publicar un comentario