Durante la Guerra Civil estadounidense, entre 1861 y 1865, los soldados temían menos al enemigo que a la venganza de Moctezuma. Así apodaban —en tono de broma desesperada— a la diarrea en los campamentos. Porque no fueron las balas las que más mataron… sino las enfermedades.
De los 750.000 soldados que murieron, cerca de 95.000 fallecieron por diarrea o disentería. Era tan común que entre los soldados existía un código no escrito: nadie disparaba a quien estuviera en cuclillas, en pleno “negocio”.
Por cada soldado que caía en batalla, dos morían por infección o enfermedad. Los campamentos estaban abarrotados, sucios y sin control sanitario. Las letrinas se cavaban junto a los arroyos, y esos arroyos eran la fuente de agua. La consecuencia: una epidemia tras otra.
El sistema médico era precario, casi inexistente. Más de 1,3 millones de soldados contrajeron malaria, y al menos 10.000 murieron. Pero no fue la única plaga: varicela, difteria, sarampión, paperas, fiebre tifoidea y viruela también hicieron estragos.
Y luego estaban las enfermedades venéreas.
El general Joseph Hooker, famoso por su estilo despreocupado, permitió la entrada de prostitutas en su campamento para “levantar la moral”. El resultado fue un brote masivo de gonorrea y sífilis, que infectó a cientos de miles.
Y sí, de ahí viene el apodo: “hookers”, para referirse a las trabajadoras sexuales en Estados Unidos.
Porque la historia no solo se escribe con pólvora y estrategia… también con fiebre, vómito y agua contaminada.
«Históricos datos»
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