Hace cinco mil años, en las orillas del Nilo, los médicos del Antiguo Egipto hacían algo que parecía brujería: aplicaban pan mohoso sobre las heridas infectadas de los soldados y campesinos.
No entendían por qué funcionaba. Solo sabían que lo hacía.
Y lo hacían con fe. La misma fe con la que curaban fracturas, cosían piel con hilo de lino y trataban cataratas con herramientas rudimentarias. En aquel mundo ancestral, el conocimiento no se explicaba… se transmitía.
Pero el tiempo pasó. El mundo cambió. Y nadie volvió a hablar del pan mohoso.
Hasta que, en 1928, un científico escocés llamado Alexander Fleming dejó una placa con bacterias expuesta al aire… y notó que un extraño moho había detenido su crecimiento.
Ese moho era del género Penicillium.
Y así nació la penicilina, el primer antibiótico de la historia moderna.
Lo que los egipcios habían hecho por intuición, la ciencia lo explicó siglos después: el pan mohoso contenía hongos capaces de eliminar bacterias.
No tenían microscopios. No conocían la palabra “bacteria”. Pero sabían curar.
Y lo hacían con lo que tenían.
Hoy sabemos que el pan que fermenta sin control puede desarrollar colonias de hongos con propiedades antibacterianas, aunque su uso sin control puede ser peligroso. La penicilina, purificada y dosificada, se convirtió en un arma crucial para salvar millones de vidas.
Pero su raíz, su primera chispa, ya había brotado en los templos y casas de barro del Egipto antiguo.
Porque la historia, muchas veces, empieza mucho antes de lo que creemos.
El pan mohoso que curaba en el Antiguo Egipto
«Datos históricos»

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