Se reían de él, lo llamaban “el pintor de casas con huesos en el bolsillo”.Y sin embargo, en sus manos, estaba el futuro de una ciencia que aún no tenía nombre. A comienzos del siglo XIX, en un pequeño pueblo del Piamonte, un niño miraba las colinas como si fueran libros abiertos. Su nombre era Giovanni Battista Brocchi, y mientras otros buscaban fortuna, él buscaba fósiles. Amaba la tierra. La quebraba con manos, con corazón y con mente. Donde otros veían solo piedras, él encontraba historias antiguas: conchas fósiles, restos de animales marinos, huellas de mundos que ya no existían. Fue uno de los primeros en proponer algo impensable: la Tierra cambia. Las especies cambian. La vida se extingue. Por decirlo, fue despreciado. Los campesinos lo acusaban de profanar los muertos. Los sacerdotes, de hereje. Los académicos, de ignorante: no tenía apellidos ilustres ni cátedras. Y sin embargo, persistió. Estudió en Padua. Caminó solo durante meses, cargando bolsas llenas de fósiles. Durmió e...